Antes de la publicación y corrección del libro
antes de que encontrara una editorial de autoedición
antes de que se le incorporaran imágenes y nuevos capítulos
la obra tenía un prólogo
y un amigo me dijo que ese ladrillo le impidió
Aquí os muestro el ladrillo que eliminé
|
Primer prototipo de la cucaracha de cuatro patas hecha a petición por Solux |
Prólogo.
Este libro es un libro que intenta ser iniciático para aquellos que no saben cómo funciona el mundo y su
manera de ser dentro de él. Hay quien piensa que los comportamientos en este mundo se reducen a tener
miedo o vivir con amor, cuando en realidad todo me induce a pensar que esas dos valoraciones sólo son
estimaciones que resumen todo un espectro de posibilidades que hacen difícil valorar los movimientos éticos y
morales que rodean al comportamiento humano.
Este libro, como va sobre qué le falta a esas ecuaciones, no
tiene otra que ser un libro de amor: un romance entre dos individuos. Como nuestra sociedad aún no ha
madurado sobre estos temas, he considerado que lo mejor es que sea una novela de adolescentes. Quizá
incluso yo puede que no haya madurado lo suficiente estos conceptos.
En este proceso iniciático nos confrontaremos con realidades muy diversas: el poder de la objetividad contra el
de la subjetividad ¿Por qué somos comunistas y, al mismo tiempo, capitalistas a la vez?
Quisiera ahondar en
el enorme drama de las personas que aún siguen abocadas en pensar que el capitalismo es la solución,
porque me apena verlos en el estado en el que se encuentran.
Para poder mostrar esta historia, la divido en tres partes.
- La primera es sólo para introducir los personajes. Así
que no habrá mucha acción.
- La segunda parte será donde veremos cómo hay cambios dentro del entorno que
pensábamos que era todo nuestro mundo.
- En la tercera parte será donde descubramos que nunca estuvimos
separados de aquello que afecta a nuestra realidad, llamémoslo odio, amor...
Así que para entender la obra
desde el principio bien se pueden hacer varios ejercicios de calentamiento: si alguna parte no les gusta,
sáltensela. Si no les gusta este prólogo, no lo lean. Si quieren vivir las sorpresas de las historias, no lean la
siguiente introducción..., ya podrán leerla para cuando acaben la novela.
Si gustan de enterarse a la primera,
lean con mucho cuidado de principio a fin, y dense un buen descanso entre epígrafe y epígrafe. Si sólo
quieren leer la obra, les invito a que la disfruten, pues no es una obra convencional, y la historia notarán que,
a medida que avanza, va añadiendo nuevas historias de una manera que hasta ahora no se frecuenta en
demasiadas novelas.
Así que, para el que le guste leer, puede que note un airecillo de viento fresco en esta
novela: algo especialmente original, independientemente de que esté mejor o peor escrito que otras tantas que
se puedan leer por ahí.
Esta novela no tratará de ser la mejor que han leído, ni tampoco se convertirá en la peor: eso os lo aseguro.
Mi compromiso personal es que pueda existir una persona a la que esta obra le parezca la mejor que ha
leído. Bajo ese objetivo es bajo el cual estoy escribiendo. El no conseguir los objetivos no será mayor
problema que el no conseguir transmitir el armamento que necesita nuestra sociedad para comprender cómo
salir de la historia de la mezquindad en la que nos hemos metido desde hace décadas y décadas.
Una historia
que se convertirá, tarde o temprano, en el declive de nuestra humanidad para abocarla en dos posibles
direcciones: o la evolución o la destrucción de nuestra especie.
Así que, con estos aires de grandeza, mi alter ego se dirige al resto de la raza humana con el fin de
transmitirle un mensaje el cual, puede ser cierto o puede ser falso, pero es un mensaje muy personal y
sincero.
Es resultado del análisis de nuestra historia, hecho por una persona que no se ha dedicado
exclusivamente a estudiar historia o sociología, pero que algo sabe sobre sí misma. Al fin y al cabo, la
sinceridad, aun sostenida sobre principios falsos levanta estructuras mucho más sólidas que las que nos
ofrecen los cínicos.
En mi introducción expondré mi jerga mejor, y en ella tengo un lugar para los cínicos.
Los expertos pueden vivir contaminados con una realidad que han dado por válida pensando que esa tesis que
mantienen es la que ha conseguido establecer el continuo de nuestro tiempo. Sin embargo también mi vida
posee una enorme experiencia en ciertos campos, y esa experiencia me ha dado a comprender que en
realidad cuanto más experto se es más se sabe de los errores que cometen los de tu gremio.
Uno de tantos
es el corporativismo que supone defender la institución científica por encima de la crítica que debe llevarse a
cabo: ¿por qué lo que es fácil de entender no es fácil de criticar? Porque las ciencias aún no han madurado lo
suficiente como para realmente saber qué es lo fácil y qué lo difícil, pero sus defensores no quieren admitirlo.
Existe una secuencia lógica para madurar los conocimientos.
En eso consiste la pedagogía. Sin embargo, la
secuencia lógica para madurar los conocimientos pedagógicos puede ser la propia filosofía pedagógica que se
tenga, lo cual trasciende al conocimiento mismo y es, en definitiva, la capacidad que se tiene para valorar las
propias teorías científicas. A mí me habría gustado recibir clases de pedagogía sobre los conocimientos que
practiqué en vida, habría sido una manera de contrastar las distintas formas de aprender una misma idea ya
aprendida, para separarlo de los mecanismos personales de entendimiento y ser menos víctimas de sesgos
cognitivos.
En cualquier caso,
hay muchas formas de leer un libro. Me he preocupado de que puedan practicarse, casi en
la totalidad de las técnicas que conozco, esos mecanismos. Se puede leer sin entender. Se puede leer
concienzudamente. Se puede leer saltándose las partes aburridas. Se puede leer en distintos órdenes, siempre
y cuando se mantenga la coherencia temporal en mente. Se puede leer cortando a mitad de una epígrafe justo
cuando empieza la parte emocionante, para así volver al libro con más ganas. También hay términos que
pueden subrayarse para ver cómo se repiten más adelante y, así, en diferentes contextos, descubrir su
verdadero significado analítico.
También se puede subrayar términos que parecen describir el contexto en el
que está escrito la obra. Para así hacer reminiscencia de lo que se pueda recopilar para estudiar la visión de
quien escribe desde un plano subjetivo.
Como la obra está llena de sentimientos y razonamientos, es factible anotar aclaraciones de la historia en uno
de los márgenes del libro, o sensaciones del pensamiento transmitido en otro de los márgenes elegidos.
No
hay que olvidar las anotaciones a pie de página relativos a la enorme dificultad que supone seguir los
esquemas de la obra y los posibles dobles sentidos de algunas de las sentencias que se usan. Si no les he
dado suficiente metodología para leer esta obra, aún puedo ayudarles en algo más: esta obra está planteada
de manera que puedan llenar folios y folios llenos de esquemas y dibujos varios que representen qué ha
habido en la mente de quien está aquí presente. Por lo que, empero, podrán practicar casi en la totalidad las
distintas formas de lectura sobre esta obra.
Por lo demás, espero que disfruten de esta obra al menos la cuarta parte de lo que yo he disfrutado
haciéndola, pues el disfrute es un mecanismo de elevación y entendimiento de uno mismo.
Introducción sobre el mundo en el que vivimos.
Filosofía que hay detrás de la obra.
A la derecha tenemos un grupo de personas que desean materializar bienes y servicios para darles un valor
de carácter privado. Lo que realmente se esconde detrás de ese sentimiento es la defensa de lo que ya
tienen, o más bien volver a revivir su estatus bajo el poder tradicional. Se les llama gente de derechas,
cuando en realidad su postura es la defensa de su casta. Pueden disfrazarse de hombres de izquierda,
pueden apoyar posturas progresistas, pero lo que realmente define a los que defienden una idea de estado
débil suele ser el desapego a solucionar las injusticias de envergadura. Considerar que la sociedad no debe
meterse en asuntos demasiado privados.
La idea de lo que es injusto, de la clase de vida en la que nunca querríamos vivir, es la clave no del
entendimiento, sino del desentendimiento.
En la derecha distinguimos aquellos que ven en la representación
del poder del pueblo un problema. Algunos consideran que las masas no pueden sostener un sistema. Y hay
quien piensa que no se puede dividir todo entre izquierda y derecha.
Es cierto que la bipolaridad existente entre la izquierda y la derecha parece obligar a las personas a tener que
admitir algún tipo de alineación, pero siempre va a ser importante saber qué es lo que empujan a las personas
al desentendimiento. Porque, por encima de todo, tenemos un problema de desentendimiento.
Para resolver el problema de desentendimiento podríamos analizar de qué tienen miedo cada una de las partes
a la otra. En un análisis social bien puede considerarse que el miedo es un concepto importante, sin embargo
el espectro de las emociones es mucho más complejo que la bipolaridad entre tener o no tener miedo.
Está
claro que las personas actúan para evitar miedos, pero el miedo puede ser el resultado de otros aspectos
mucho más trascendentales y, por tanto, éste podría influir y alimentar lo que realmente supone alguna clase
de trascendencia al individuo. Es por ello que me veo en la obligación de entrar en detalle sobre lo que
considero que realmente trasciende al individuo.
El miedo puedo dividirlo por cuatro orígenes: la ausencia de aspiraciones (la pérdida de libertad), la ignorancia,
el deshonor (el mundo indigno) y lo horrible de presenciar. Considero que cuando una persona actúa con
desprecio ante una idea debe ser porque interpreta esa idea desde el punto de vista de una combinación de
algunos de esos aspectos. La interpretación de que vivir de una manera puede llevarnos a la pérdida de
libertad, a vivir en la ignorancia, a tener que someternos indignamente o a presenciar situaciones horribles es
lo que empuja a una persona a simplificar su sensación interna para tener como resultado una catalogación: lo
admita o no, tiene miedo, y a partir de esa sensación obrará de una manera o de otra – pues su conducta
puede que intente no reflejar esa situación.
El miedo no es un sentimiento inherente al ser humano, es una valoración del estado de ansiedad en el que
se encuentra. Podemos considerar como ejemplo, que el hambre en el mundo no es un estado de las
sociedades de nuestro planeta, sino el resultado de malas políticas; es decir, que el problema del hambre en
el mundo no está en el hambre en sí, sino en lo que lo provoca: quizá la llamada externalización de los
problemas, el hacer que sean otros los que paguen nuestros lujos. De la misma manera, el miedo que
producen políticas perversas no es malo por ser miedo en sí, sino porque se interpretan tales políticas bajo
una configuración que nos recuerda al miedo. Por lo que es un problema de interpretación de la realidad.
La victoria del ser humano consiste en poder entender sus recuerdos de una manera consensuada, sin
embargo vemos cómo la historia está llena de ataques a la objetividad; en la interpretación de la historia
podemos estudiar la diferencia que hay entre los que se ubican a la izquierda y los que se ubican a la
derecha.
Wittgenstein ya planteó el problema del lenguaje de manera clara: ¿qué pasaría si cada persona
dispusiera de una cucaracha en el interior de una caja? ¿Qué pasaría si nadie pudiera ver el bicho que tiene
el otro en su propia caja? ¿Podríamos estar seguros de que cuando habláramos del coleóptero del otro
hablaríamos de la misma cosa?
La forma que tengo de resolver ese enfoque tiene mucho que ver con el problema en sí: en la medida en la
que las ideas se quedan en la mente de cada uno, el que sean iguales o diferentes nos es irrelevante;
mientras que si las ideas pueden ser referenciadas en el mundo, entonces sí nos valdrá la pena incluir las
distinciones oportunas. Estas ideas, que pueden recordar a Hume, poco a poco van introduciéndonos en la
ética del ganador. La ética de la persona que, con su interpretación, puede provocar que la realidad sea como
a él le guste.
Sin embargo, la ética del ganador exige tener que reconocer previamente todos los pasos que ayudan a
analizar la realidad del mundo. Para empezar debemos hacer acopio de comprender si es cierto que, dado un
grupo de personas, éstas puedan ser etiquetadas como un grupo democrático o un grupo sectario.
Las sectas son agrupaciones de personas cuyo objetivo consiste en ofrecer una sensación de pertenencia a un
grupo. Las sectas permiten generar una sensación de clase social, o de casta. Una secta, según mi definición,
es siempre e irremediablemente incompatible con una democracia, en el sentido de que es radical y
absolutamente imposible hablar de sectas democráticas o democracias sectarias. Esto es, tal como lo defino,
una secta es una estructura orgánica de personas que deciden anteponer el corporativismo a la unidad. La
adhesión jerarquizada basado en la antigüedad, la dificultad para salirse de ella, el acoso a los que no
pertenecen a ese grupo..., todo son indicios claros de la clase de sociedad antidemocrática que se ha
formado: una forma de vida que hace que cada individuo no tenga opción de elegir ni aspirar a más, una
estructura que mantiene a las personas en la ignorancia, las humilla en ocasiones y, lo que es peor, es de
una enorme mal gusto. Está claro que los que las integran tienen un enfermizo problema.
Bajo esta definición, es muy posible que muchos regímenes de países que creíamos que eran democráticos al
final pudieran ser catalogados de ser sectas. Pero claro, no es lo mismo una secta convencional que una
secta de poder. Las sectas de poder poseen un aliciente: pueden controlar como si fueran acólitos suyos a
miembros que no son de la secta.
Esto es, el sistema ha sido viciado y ha permitido que las sectas controlen
los organismos democráticos.
Tenemos muchas maneras de pensar sobre cómo debemos afrontar un problema como ese. Lo primero es
reconocer nuestra incapacidad para doblegar la mente de las personas, al menos sin la correspondiente ética
que nos permita influenciar y reinsertar a un semejante en una dirección más humana. Sin embargo, ¿no es
peligroso considerar que la ética de uno pueda ser más importante que la ética de otro?
Cuando partimos de un concepto tan infantil y simple como la idea de un dios todopoderoso, es fácil someter
los pilares de toda ética a la idea de lo que es la fe. La fe, como dogma religioso, otorga al ser humano el
poder inconmesurable de estar plenamente seguro de las cosas que otros consideramos con total seguridad
que no deben ser etiquetadas o valoradas con los conocimientos actuales.
Gracias a ese pilar el individuo
puede tener la sensación de haber resuelto un problema de envergadura, el de la ignorancia, y su
interpretación le hará temer cualquier otro enfoque: porque cualquier otro enfoque le llevaría a un estado de
mayor ignorancia según esa interpretación de los dogmas.
Tenemos cuatro tipos de religiosos: están los que meditan y reconocen múltiples ídolos, están los que aceptan
múltiples ídolos y consideran la meditación hacia uno solo, están los que se centran en el sometimiento a una
única figura no institucionalizada y, finalmente, están los que se someten a una institución que venera a una
única figura. Sorprendentemente, lo mayoritario oscila entre los dos últimos.
A las dos primeras clasificaciones
se les llama politeístas, a las dos últimas monoteístas. Está claro que hay cientos de clasificaciones posibles,
pero detrás de esta clasificación de las religiones obtenemos el tipo de error de interpretación que cometen
sus participantes.
Cuando se intenta dialogar con un monoteísta, lo primero que hay que hacer es plantearse si se trata de un
monoteísta conductor o conducido. Los conducidos son fáciles de entender: repiten el dogma. Los
conductores, por el otro lado, son capaces de reinterpretarlo ya que, en realidad, ellos son en parte artífices
del mismo. Por esa misma razón, dentro del monoteísmo, siempre existen dos posturas adicionales: los
literales y los interpretativos. Entendemos los estrictos como los que interpretan el dogma a través del
significado literal de las palabras usadas, mientras que los interpretativos buscan la manera de justificar el uso
de tales palabras.
No es difícil adivinar porqué aparecen los literales y los interpretativos: es debido a la institucionalización del
dogma. Con el fin de proteger las ideas, éstas adquieren un formato corporativista, donde se intenta proteger,
al mismo tiempo, la institución misma que las defiende. Los monoteístas no institucionalizados, en la medida
de que sean conductores en pequeños grupos, también buscarán una suerte de justificar la pequeña institución
oficiosa que se haya formado en torno a él. Por eso, aunque las instituciones estén federadas, todos los
monoteístas acaban defendiendo una idea de corporativismo, junto a la enorme incapacidad para defender
ideas propias.
La razón por la cual podemos sostener que los monoteístas son incapaces de defender ideas propias es por la
sencilla razón de que sostienen de que el bicho que se oculta en su caja es lo suficientemente relevante como
para afectar al juicio de la realidad. Es por ello que podemos encontrar otro tipo de individuos que, en
principio, a sí mismos se habrían considerado religiosos; cuando en realidad yo los considero completamente
ateos.
La clasificación de los no religiosos puede contar, también, en cuatro categorías: los que creen que creen y no
lo practican (hipócritas), los que practican sin creer (cínicos), los que no creen en el dogma (aristotélicos) y los
que creen que todo es química (deterministas).
Es fácil entender a los aristotélicos como aquellos que ven
trazas de libertad en los individuos, en oposición al determinista, cuyo ateísmo se sostiene en una afirmación
que aún no ha sido demostrada. Sin embargo podemos estudiar a los hipócritas y a los cínicos, pues algunos
cínicos podrían tener la conducta de ser monoteístas conductores cuando su naturaleza es atea.
En la lectura de mis palabras habrá quien considere que se adivina una suerte de fijación dogmática a una
postura cerrada que no admite otras posibilidades. Es cierto que no gusto de extenderme en explicaciones, sin
embargo eso puede ser también culpa de a quien le toque entender, porque a buen entendedor pocas
palabras bastan. Un auténtico ganador se hace protagonista de todos los enfrentamientos que se produzcan, y
es que hay que admitir que no va a ser en todo lo que haya razonado en lo que se me va a ver aplicando las
posturas pertinentes. No será ése el caso cuando se lean estas letras.
En cualquier caso, ¿cómo podría clasificar un aristotélico al resto de las posturas religiosas? ¿Debía ser
bondadoso y respetuoso? Eso me convertiría en un cínico. Además de que acabaría defendiendo un dogma
que no se atendría a ninguna realidad. No puede tampoco servir de nada mantener discusiones vanales en
base a ideas que podría hacer creer que podrían ser ciertas, cuando en realidad no son más que palabras de
relleno de un libro, o un razonamiento que tarde o temprano acabará colapsándose, eso me convertiría en un
hipócrita. Por otro lado, si considerara que la lectura de este libro no puede llevar a una persona a concebir la
ética del ganador, la ética de quien opta por interpretar cómo puede salir ganando, entonces no sería más que
otro determinista.
Llegados a este punto resta plantearse qué es eso de la izquierda y de la derecha. Históricamente se
formaron tales posturas desde la revolución francesa, sin embargo, poco a poco se ha ido redefiniendo en
virtud de cómo ha ido cambiando la realidad política.
Para entender la derecha sólo hay que plantearse la realidad de una cierta manera: ¿puede la totalidad tener
mejor opinión que el individuo? La derecha se posiciona con fuerza a favor del individuo, porque es una
manera de declarar claramente las intenciones: el enorme miedo que genera el que te arrebaten las
ambiciones, la huella del propio capital. Sin embargo, el problema de la pregunta es que está mal entendida,
al fin y al cabo, ¿qué es opinión? Esto es, ¿qué es lo opinable?
La vida de un ser humano no puede estar bajo el filo de la espada de Damocles ante la opinión de toda una
comunidad. No puede pender la libertad del individuo de la opinión de las masas, pues la libertad es un
concepto inherente del individuo. Por eso la cuestión de lo que es opinable nunca toca el tema de lo que sea
inherente al ser humano.
Así que para poder comprender cómo enfocar la gran revolución del homínido, yo consideraría partir de los
distintos tipos de derechos que posee un individuo. Así podríamos comprender antes qué se entiende por
opinable.
Supongamos que un juez tiene ante sí a un cabeza de familia que ha estado medicando sin su consentimiento
a uno de sus hijos.
La interpretación de las leyes que quiera llevar a cabo el juez corresponde con una
interpretación que tiene de la realidad, sin embargo la medicación es un concepto que afecta a la química del
cuerpo de las personas: destruye la caja más interna del individuo donde se esconden sus interpretaciones.
Esto hace que el juez no pueda opinar. Esto hace que el individuo se anteponga por encima de su opresor
por encima de cualquier ley consensuada que haya sido escrita: el cabeza de familia es culpable nada más
demostrarse los hechos, sin margen de reinterpretar intenciones o resultados. No hay ética de ganador ni
maniobra posible, porque afecta al individuo en sí y a su derecho a existir como tal.
A ese tipo de derecho inherente lo podemos llamar derecho íntimo: pues es el que tiene que ver con cómo
somos por dentro y que nadie tiene derecho a violar.
Otro tipo de derecho inherente es el que defina al propio individuo. Muchos discutirán sobre cómo debe ser
definido tal o cual derecho. En cualquier caso, no se trata de ampliar derechos, pues el ser humano nació con
ellos. Sin ir más lejos, su capacidad para interpretarlos le permite cambiarlos a la larga para configurar una
nueva dimensión a la idea de lo que van a ser capaces de hacer o a qué están sometidos. Los derechos
inherentes se interpretan según la ética de los que ganan, pero no es el resultado de matar a los que se
oponen, sino de vencerlos. Como este tipo de derechos suponen una enorme dificultad para muchas personas,
es lógico que haya que indagar más de lleno.
Los otros dos tipos de derechos ya no son inherentes al ser humano, el incumplimiento de éstos podría
desembocar en la sociedad un recelo por convertirse en una auténtica molestia. Se trata de derechos básicos,
que consisten en lo fundamental para tener una vida normal y plena; a diferencia de los derechos adquiridos,
que podrían ser los bienes y servicios que engloban a todo lo demás.
Los derechos básicos y adquiridos son
derechos contables, podemos decir que forman parte del activo en el balance de una sociedad. Los derechos
inherentes, sin embargo, no son contabilizables.
Es comprensible que haya muchos debates sobre cómo deben ser redactados, o entendidos, los derechos
inherentes, cuando la redacción no afecta a la intimidad, pero lo que realmente es importante es no mezclar
en los debates los derechos inherentes con el activo. Esto es, nadie podrá otorgarse el derecho de decir que
se disfrutan de derechos inherentes gracias a su grupo. Esa lectura tiene una cierta connotación de
autovananglorización.
Comprendido cuál es mi lenguaje a la hora de interpretar los márgenes de lo opinable, retomamos la cuestión
de si la totalidad puede tener mejor opinión que el propio individuo. Podemos comprender que cuando varias
personas se juntan lo hacen por una cuestión de libertad personal: una asociación de individuos representa un
proyecto conjunto que se ha formado para resolver alguna clase de problema en la sociedad.
Podemos comprender que hay cuatro formas de asociarse: puede ser una asociación de urgencia (una
organización militarizada encargada de llevar a cabo mandatos), puede ser una asociación con algún ánimo de
lucro (para animar a las ambiciones personales), puede ser por motivos altruistas (resolver un problema que
con formato de asociación podría llevarse a cabo mejor), o por compañerismo.
Cuando las personas se reúnen por una relación de compañerismo, se podría decir que tienen por objeto
acabar con un enemigo común, razón por la cual pretenden trabajar juntos. El enemigo no tiene porqué ser
una persona, puede ser un objetivo abstracto. Por otro lado, la razón por la cual se crean asociaciones por
compañerismo no es porque la asociación realmente sea necesaria, sino que en realidad las masas
individualizadas poseen el mismo enemigo común. Esto es, el comportamiento de tal asociación corresponde
con la naturaleza misma de cada individuo. El que se junten les dará mayor fuerza a la hora de ejecutar las
acciones, pero no es el hecho de tener alguna suerte de cúpula lo que hará que funcionen de una manera o
de otra.
Eso nos lleva a la manera que tengamos de clasificar las asociaciones, si se rigen por una suerte de cúpula
entonces eso significa que la caída de la cúpula haría desaparecer la propia asociación. Esto es algo que no
tiene porqué darse en las de urgencia y las de compañerismo, pues aunque el jefe de brigada de bomberos
caiga en mitad del incendio, aún puede el resto de los asociados seguir apagando el incendio. Lo mismo
sucede con un grupo golpista que se enfrenta contra un gobierno terrorista, que caiga un líder u otro es lo de
menos cuando los integrantes están ahí por necesidad de enfrentarse contra el terrorismo de la nación.
Hay personas que suelen querer descalificar según qué tipos de actividades se llevan a cabo en las
asociaciones. No hay que olvidar la cultura franquista de la que viene España, y el enorme miedo que existe
contra todo lo que pretenda recordar los tiempos de los presidentes caídos. España sólo ha vivido una suerte
de estabilidad mientras los monarquistas tenían la sensación de que había un único jefe en el estado.
Cuando
llegaba la república, daba la impresión de que los presidentes no eran capaces de estar a la altura de las
circunstancias: si no pueden defender sus vidas, ¿cómo pretenden defender las vidas de los indefensos? ¿No
es esa y no otra la misión de un presidente? Efectivamente, nos estamos acercando a la ética de los
ganadores.
Así que toca, antes de seguir analizando, descubrir qué se entiende por violencia y qué afecta a la paz social.
No es extraño que en una sociedad llena de opciones para reclamar cambios, el hecho de que se lleve a cabo
una presión desmedida se convierte en un ejemplo de violencia injustificada. Así que eso nos lleva a dos
definiciones confrontadas de lo que es la violencia: la que proviene del terrorismo sistémico y provoca una
reacción en los integrantes del sistema, y la que destruye al individuo en sí. Una vez más vemos dos
definiciones diferentes dependiendo de la fuerza que le demos al protagonismo del colectivo.
Es demasiado importante fijarse en que, una vez más, nos vemos obligados a recordar qué es opinable y qué
no lo es. Cuando estamos integrados en un sistema que es responsable de un aumento del número de
suicidios debido a su política, podemos comprender que, efectivamente, el sistema está tocando características
químicas y muy íntimas del individuo. Cuando el sistema es capaz de infundir cambios conductuales tan
íntimos, podemos asegurar que el sistema ejerce un terrorismo de estado, esto es, tiene por objeto infundir el
terror. Contra esto, una vez demostrado, no hay opinión posible – o se lucha contra esto, o formamos parte
del problema.
Podemos comprender, por tanto, que el verdadero enemigo de los que ocupan el poder, cuando se trata de
una secta, son los que quieren traer la democracia. Por ello, necesitarán acusarles de ser terroristas por cada
acto que se consiga plasmar. No hay que olvidar en una confrontación de igual a igual, el culto gana al inculto
cuando se trata de una tema cultural, y el inculto al culto cuando se trata de fingir cultura. Así que, en
ocasiones, el sistema puede provocar que el que ocupa el poder lo consiga mediante los fingimientos; es una
forma de deslegitimar la autoridad democrática.
Cuando somos testigos de la falta de autoridad democrática, aparecen incumplidos sueños, aparecen
deshonores y desidias..., la tragedia se presenta en la sociedad y empieza a tener miedo. La corrupción se
convierte en norma, y lo raro es encontrar personas que quieran practicar la decencia. Ante tanta decadencia,
defender el sistema e ir contra las personas se convierte en causas equivalentes.
La decadencia de la clase política es objeto de análisis y estudio, es necesario que se activen los mecanismos
necesarios para evitar que ocurran esa clase de cosas dentro de la organización ejecutiva del sistema. Los
poderes encargados de definir de manera fortuita cómo se llevan a cabo las directrices aprobadas por el
pueblo no pueden decaer en el abatimiento de fingir que son un poder representativo.
Cuando un profesional
finge que trabaja, de algo estaremos seguros: es cualquier cosa menos lo que asegura que es.
Al descubrir que el sistema se organiza contra las personas, las personas tienen por objeto organizarse contra
el sistema. Ese acto de presión puede desembocar en situaciones violentas. Ahora bien, ¿no hace más daño
ver cómo una persona muere porque otra no hace lo que debe? Podemos poner la vida en hacer de este
mundo algo más hermoso en el que vivir, y esa sería la nuestra: está claro que si pudiéramos sacrificar la
vida de un indeseable, de manera que ello frenara un problema mayor, todo sería muchísimo mejor. De la
misma manera que podemos clasificar a los distintos tipos de delincuentes por lo que les empuja a llevar a
cabo sus actos, ya sea la necesidad social, el error cultural, la enfermedad o el aburrimiento, cuando se actúa
por enfermedad o aburrimiento no se debe esperar alguna clase de reinserción, y el sistema debe ofrecer
garantías si pusiera en libertad a esos delincuentes. Por ello mismo, ¿qué garantías nos ofrece un sistema
cuando son sus gobernantes los corruptos sometidos a la enfermedad de no tener empatía con los de abajo o
por el afán y divertimiento vicioso de querer tener más y más a costa de los de abajo? A la única clase de
personas que ese dilema no le parece tal es a quienes se suelen ubicar a la derecha, los que se consideran
conservadores; quieren conservar el sistema tal como esté y que no haya grandes cambios.
Los distintos tipos de conservadores puede dividirse en los militares (que luego encontraremos muchos tipos
de militares, incluidos los comunistas cuando apoyan al corporativismo), los religiosos (que obedecen a una
enorme clasificación), los economistas (que defienden una suerte de ideario fundamentado en una utopía que
nunca se ha llevado a cabo y que es irrealizable) y la casta (que lo único que defienden es la defensa de los
suyos por encima del resto).
Entre muchas personas que ocupan un puesto militar, así como entre varios religiosos, suele encontrarse una
suerte de individuos que defienden posturas de izquierdas. Es, por tanto, la clasificación del modelo militar una
denominación que proviene de un concepto de carácter que, entiendo, es contextual, pues proviene de una
visión que tienen unas personas con respecto al mundo: la visión conservadora; lo mismo pasa con religiosos
y economistas. Se trata, por tanto, de unos peones valiosos para la secta de poder que controla la derecha.
Ahora bien, la defensa de la casta, a mi modo de ver las cosas, lo definiré como la estructura idiosincrásica
de lo que significa propiamente dicho la posición de la derecha. Al fin y al cabo, no se trata de defender que
no existe una postura correcta: por un lado la forma correcta de gobierno es la que da respuesta a la manera
de vivir que le gustaría tener la gente; pero se considere la forma que se considere, hay una serie de líneas
rojas que jamás se podrán aceptar y, resulta, es la derecha la que por definición no reconoce tales líneas. Por
tanto, hay algo turbio a la derecha que debe ser sustraido del lenguaje; igualmente, eso turbio se encuentra
en posiciones que históricamente se autodenominaron de izquierdas. Sin embargo, hablando con propiedad
(ignorando los hitos históricos y sus contextos), necesitamos ver a esta clase de problemática a la derecha de
nuestras posiciones: se trata de una visión analítica del problema.
Haciendo un análisis de esta forma de llamar a las cosas, podemos extraer que, efectivamente, podrían
encontrarse posturas indefendibles desde la derecha en el seno de las comunidades religiosas, en congresos
de economistas o en el propio seno militar. Con el fin de defender posturas racistas (la defensa de los
miembros de tu clan, de tu familia, de tu rostro o presencia por encima de todas las demás cosas), los
clasistas (defensores de la casta) inculcarán una cultura orientada al miedo sobre las perversiones de las
posturas ubicadas a la izquierda. Fingirán entrar en temas éticos, y fingirán defender posturas que se encaren
contra otras. Fingirán llevar a cabo la ética del ganador: defender que somos lo suficientemente maduros para
elegir, pero a la hora de la verdad sólo lo fingirán, porque no quieren decir todo lo que creen saber. En el
fondo saben que no quieren admitir cambios en su vida, y no van a permitir que nadie cambie su forma de
vida.
Al proceso de engaño y manipulación lo llamarían santa desvergüenza si, realmente, el objeto último fuera una
divinidad. Sin embargo, a la hora de la verdad, el objeto último no es la divinidad a la que dicen venerar, al
país que dicen defender o a la economía que dicen defender. Sin embargo, necesitan fingir que hablan, en
esas prácticas cínicas la mentira y la manipulación les da una enorme ventaja; aunque necesitan controlar la
información: su verdadero enemigo es la hemeroteca. No es difícil identificar al farsante (el ateo que sea cínico
o hipócrita, que no defiende realmente el dogma) cuando éste tiene tantas preocupaciones con eliminar
cualquier trazo de trasparencia.
Cuando se reunen las personas éstas deben hacerlo para conseguir unos objetivos muy concretos. Una
reunión no es una asociación: una asociación tiene carácter permanente. De la misma manera, una reunión no
es un encuentro, el encuentro tiene carácter fortuito y busca el impacto más directo. Hay quien verá una
reunión como una cita, cuando una cita tiene un carácter fortuito y busca la persistencia de la relación
mediante un intercambio fluido de los diálogos.
Podemos comprender que la mayoría de las reuniones que se llevan a cabo acaban convirtiéndose en citas.
Sin embargo, hay algo que identifica a una reunión por encima de todas las cosas: las reuniones, así como
las asociaciones, poseen un objetivo a cumplir dentro de la sociedad. Ese objetivo se encuentra por encima de
los deseos personales, y obliga a desechar cualquier carácter fortuito que pueda tener ningún encuentro. Para
fortalecer nuestro lenguaje, necesitamos confluir las palabras reunirse, encontrarse, asociarse y citarse de
manera que podamos usar un verbo conjunto para la acción que reuna las cuatro condiciones, yo elegiré la
palabra congregarse.
Cuando una persona se reúne con otras puede ser por una de cuatro motivos: para escuchar, para aprender,
para enseñar o para hablar. El que está para escuchar no espera comprender gran cosa, pero está para pasar
el rato; internamente algo cambiará en esa persona y habrá madurado sin ser consciente de ello, pero no
aspira a más. El que está para hablar no espera transmitir gran cosa, sólo quiere dejar un conjunto de
afirmaciones de manera que la cultura no se pierda y se pueda seguir manteniendo el recuerdo o la
inteligibilidad de una serie de conceptos.
Lo interesante está en quienes quieren enseñar y aprender. Es curioso que al final, a pesar de que todos los
integrantes practican los cuatro roles, sólo un rol es el auténtico predominante. Quien tiene por objeto enseñar
es porque quiere innovar con sus ideas y transmitir algo que piensa que no se sabe. Distinto es de quien
quiere aprender, que espera sacar ideas concretas para algo bien definido. Lo interesante de las reuniones es
cuando comprobamos que el número de roles predominantes no es exactamente uno de cuatro, sino uno de
dieciséis: el que buscaba enseñar y acaba enseñando, el que buscaba enseñar y acaba aprendiendo, el que
buscaba...
El rol que desempeña una persona en su sociedad dependerá del tipo de sociedad a la que pertenece:
personas que se reúnen, se encuentran, se citan o se asocian. Depués dependerá de la naturaleza de sus
reuniones: si permite a los que enseñan enseñar, por ejemplo. También dependerá del tipo de asociaciones
que la conforma: si se asocian por compañerismo, por motivos lucrativos... La gracilidad de los encuentros
para conseguir generar aconglomeraciones cuando sean necesarias, así como la persistencia de los contratos
que se lleven a cabo gracias a las citas. Cuando tenemos estos parámetros podemos estudiar la temperatura
de una sociedad para así determinar si está o no enferma.
Gracias a un correcto análisis podríamos conjeturar
dónde se encuentra la enfermedad y emitir algún tipo de diagnóstico que permita identificarla y,
consecuentemente, curar a nuestra sociedad de la manera más justa.
La ética del vencedor se puede entender de esta manera: ¿y si el fin del terrorismo se puede conseguir sólo
haciendo creer que ya ha llegado ese fin? Podemos considerar cómo consiguió la India su independencia,
hasta que los medios de comunicación no se pusieron de acuerdo conque la India era independiente, el país
seguiría siendo una colonia. La clave, por tanto, está en la interpretación de los documentos para determinar
qué es oficial, y qué no lo es.
Un documento, de por sí, no significa nada. El carácter oficial de un documento lo establece su coherencia
con la realidad que lo rodea. Podemos considerar la existencia de documentos apócrifos llevados a cabo con
el fin de parecer que existe otra manera de documentar, pero cuyo objeto es la mentira y sustitución de los
oficiales.
También hay otros dos tipos de documentos: los oficiosos y el resto. Porque el oficioso es
compatible con el oficial, y sirve de algo. Pero el resto de los documentos no tienen ni intención ni significado.
Por esa razón bien podemos clasificar el número de documentos interesantes en sólo tres clases, siempre y
cuando los artísticos no los aceptemos dentro de los interesantes.
A modo de ejemplo, al buen historiador le
podría interesar los documentos oficiales rescatados de la época, distinguirlos de las falsificaciones – que
serían apócrifos, y reconocer lo oficioso para distinguir la ortodoxia de su disciplina. Libros como la Biblia se
quedaría entre el resto, documento que, si bien es interesante, debe hacerse desde otro plano diferente.
La ética del vencedor, del ganador, podría no considerarse demasiado importante. Sin embargo, es el que se
obsesiona en el significado de una cosa el que acaba encontrándole sentido a su teoría.
Esa visión
antropocéntrica permite alimentar una realidad que es más dúctil de lo que mucha gente piensa. Al fin y al
cabo, ¿cómo es posible que nos hayamos convencido de que unas criaturas cuya dentadura demuestra que
hemos nacido para comer frutas necesitaran carne para vivir? La sociedad puede ser víctima de errores
inimaginables debido a enormes mentiras que, en su tiempo, quizás fueron necesarias para conseguir la
evolución de las especies.
La especie que realmente podría vencer a su propio exterminio debía tener una suerte de directrices internas
que le permitiera dirigir gregariamente a las masas. Así es como en las cavernas podríamos sobrevivir, sin
embargo, nuestras ambiciones nos obliga a querer abandonar las cavernas.
La caverna, una vez abandonada,
exige también cambiar los parámetros que permitirían nuestra supervivencia ¿Vamos a permitir que sea la
selección natural la que decida cómo vamos a ser o seremos nosotros protagonistas del futuro de nuestra
historia? Podemos decidir si seremos vegetarianos. Podemos decidir si vivir en competición continua. Podemos
decidir si entendemos dónde están las reglas que conforma la sociedad.
Pero si no ambicionamos nada, entonces admitiremos cualquier resultado. Cuando no hay nada bueno y nada
malo da igual el modelo social que se defienda: por tanto los auténticos genuinos de derechas son los
budistas. Esos serían los enemigos naturales del comunismo y verdaderos defensores del feudalismo, como
máximo exponente de la defensa de las castas. No por ello íbamos a considerar la necesidad de perseguir a
los budistas y condenarles a vivir una vida mejor; hay formas y hay formas, aunque no es fácil de juzgar.
Para saber juzgar antes hay que saber cómo enseñar. El juicio, si queremos que no sea punitivo, debe tener
por objeto la enseñanza y, por tanto, el verdadero magisterio se fundamenta en la reinserción del individuo
que necesita entender qué tipo de pieza fundamental es el que le define en este mundo.
Es más fácil hacer aprender el abecedario que hacer aprender ética, aunque enseñar o aprender de por sí lo
segundo sea más sencillo. No tiene sentido que haya más pobres que ricos en la cárcel. Cuando el sistema
se ocupa de apartar, en vez de reinsertar, se demuestra que las estructuras y sus pilares están mal definidos.
Por ello sabemos que la justicia tiene otro termómetro que ayuda a saber cuándo no funciona como es debido.
Una vez tenido todo esto en mente, tras haberme desahogado un poco y haber puesto luz sobre las
intenciones ocultas, espero que disfruten de la siguiente novela...