Anoche soñé que unos perros gigantescos (de Zharzi)
me esperaban en mitad de la noche
empezaron a aullar para devorarme con mis acompañantes
Cuando huí al pueblo, los habitantes no prestaron su ayuda
¿Por qué iba acompañado?
¿Alguien me está acompañando por primera vez?
Relato. La apertura de las puertas.
Con la llegada del solsticio los grandes monarcas han hecho prometer a sus criados que no desvelarán el lugar donde han acordado citarse. La señora del pazo ha abierto sus puertas y está todo preparado.
- ¿Seguro que no necesitarán alguna clase de seguridad ahí dentro? - preguntó la señora.
- No se preocupe, nos protege alguien invulnerable - respondió el alto aristócrata, mientras ocultaba con mucho celo algo bajo su sayo.
- Las criaturas de la noche se acercarán con mucho celo, señor, debemos apresurarnos - dijo un desconocido que se había acercado con cierta celeridad, antes de que se cerrara la valla.
- ¿Viene con vos? - preguntó la señora.
- Déjele pasar, a él y a nadie más ¿Seguro que están todos?
- Sí, me mostraron el sello y la marca.
- Comprobaremos que son los que son - respondió el aristócrata.
- ¿Lo ha traído? - le dijo al aristócrata el desconocido.
Hubo un momento de tensión. Sin embargo, tras respirar profundamente, confesó que lo tenía bajo su poder. Que, efectivamente, el gran libro lo tenía. No pudo evitar verlo la señora: un enorme libro amarillo de registros.
- Nadie puede escribir en él ¿Con qué artilugio serás capaz de escribir sobre él?
- Entregadmelo y lo veréis.
- Antes quiero que me presentes a tu amigo.
- No se fíe más de mi amigo que de mí. Es de quien menos me fío.
- Y quien mejor le cae, por lo visto - dijo mientras iba acercándose paulatinamente al lugar de reunión - Entonces, al final, ¿seremos nueve?
La señora no pudo evitar escuchar que iban a ser nueve, cuando en realidad esa cuenta no le salía por ningún lado. Algo extraño le estaba rondando por la mente, además de que ese sitio estaba contaminado con muchas malas historias; es, posiblemente, el último lugar donde debieran reunirse unos supersticiosos. Sin embargo, cumplió su cometido y cerró la valla mientras se alejaba. En cierta manera, cuanto más lejos de esa gente, mejor.
Al entrar en casa ordenó a sus hijos que se quedaran en ella. Por ese día, que no jugaran fuera. Hacía un calor aplastante y en la noche hacía bueno, pero quería tenerlos asegurados; algo le decía que tenerlos por ahí no sería buena idea. En cuanto vió a su hijo acercarse al pozo no pudo evitar chillarle, aunque fuera sólo por un momento había algo en el ambiente. Los deberes que tuvieran que hacer lo tenían que hacer pronto y ya.
Poco a poco entró el anochecer y los grillos dejaron de cantar. El viento entresopló extraños lamentos y el frío aterciopelado empezó a atravesar todos los rincones del lugar. No quiso ni imaginarse qué era lo que estaba pasando fuera, pero rápidamente se abalanzó hacia un rosario y empezó a rezarle a la virgen María; le dijo a sus hijos que hicieran lo mismo que ella. Era inevitable sentir el miedo de la madre.
Las contraventanas empezaban a quejarse, el viento casual zarandeaba los tablones podridos del tejado y silvaba de vez en cuando. Entonces oyeron los aullidos. Unos aullidos como provenientes de ultratumba que inundaron como ecos toda la llanura.
Fueron pasando las horas hasta que llegada la noche más oscura alguien tocó la puerta. Aunque dudó en hacerlo, la señora abrió la puerta y descubrió un hombre rubio joven y alto desnudo salvo por una enorme capa que le cubría las vergüenzas.
- ¿Necesita ayuda?
- ¿No está el señor de la casa? Necesito sus ropas, y pensar un poco.
- ¿De dónde sale Vd?
- Acabo de spawnearme en este sitio, pero han salido corriendo.
- ¿De qué habla? ¿Se refiere a los que tienen el libro amarillo?
- ¿El libro amarillo? - dijo sobresaltado el desconocido - ¿dónde está el libro amarillo? ¿quién lo tenía? - dijo mientras la zarandeaba.
- Señor me está asustando, tengo que pedirle que se marche.
- Me dijo que no lo habían traido ¡No están preparados! ¿Es que no ves que no lo van a entender?
- Mire, señor zumbao - dijo mientras le empujaba hacia fuera - búsquese ese libro en otra parte - y, con las mismas, le cerró la puerta en las narices.
Eso hizo gracia, la hija, que lo había presenciado todo, se rió. Pero, entonces, al otro lado de la puerta se oyó:
- Entonces este mundo no tiene sentido.
Tras decir esto, se dejó de oir nada fuera: nisiquiera crujidos o silbidos. Así que dejaron pasar la noche para comprobar, a la mañana siguiente, que había una enorme capa en el suelo. Y ni rastro de aquel misterioso hombre rubio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario