martes, 5 de enero de 2016

Aprehendiendo lo que es la mezquindad

Era un hombre que soñaba con ser como los demás, pero que en el fondo no cambiaría ni una sóla de sus esquinas por nada en el mundo. Porque este hombre, a diferencia de cómo solemos ser todos, estaba hecho de cartón. Sus piernas, de cartón. Sus brazos, de cartón. Su cabeza y, por ende, su mente de cartón también. Andaba por las calles con miedo a mojarse, porque el sol le renacía, pero el agua le arrugaba y envejecía. Y fue andando como andaba que anduvo una cosa: vio a una mujer de fuego, lo cual, como el ser de cartón, no era algo habitual. Ella siempre había vivido en la más perfecta soledad, porque todas las mujeres que ella conoció habían sido de carne y hueso. Así que, en cuanto se vieron sintieron una enorme felicidad y, al mismo tiempo, un enorme sosiego porque, cuanto más se acercaban más miedo tenían de que el fuego consumiera el cartón.
Al ver que sólo podían relacionarse a gritos el hombre de cartón lloró y lloró y, por ello, su cuerpo se arrugó más y más. La mujer de fuego, al no poder hacer nada, por mucho que gritara sólo pudo llorar con impotencia y, por sus lloros, ella también se consumió.
Los testigos, quienes estaban allí, sintieron una enorme pena al ver un trozo de cartón mojado en el suelo y una cerilla apagada. Sin embargo un niño señaló al cielo y contemplaron una nube formada por el humo de la mujer de fuego y la evaporación de las lágrimas del hombre de cartón.


Hoy quería hablaros sobre los cuentos de hadas. Recuerdo hace años cuando un amigo artista me quiso hacer una pregunta: ¿dónde residen las hadas? El concepto de hada se escapa a la razón de ser de porqué se llamán así los cuentos infantiles, en mi obra, de hecho, se puede comprobar cómo el personaje (que es femenino) que trata a todos como si fueran niños pequeños no es sino una especie de... hada. Según se mire. Digámoslo de cierta manera: en mi mitología las hadas son los extraterrestres que quieren ayudarnos a que nos volvamos más sociables y, por esa razón, conspiran a nuestro favor.

Sin embargo quería evitar por un momento mi obra, más allá de que, bien saltadas algunas partes, se podría leer perfectamente como si fuera un cuento infantil. Quería centrarme en el enorme peligro de no saber contar cuentos infantiles.

Igual que es cierto que no es lo mismo la literatura que los cuentos infantiles, el cuento ha sido pensado para que nuestra mente trabaje por sí misma en una dirección bien definida alimentando los conceptos más importantes para discriminarlos de lo que no es contingente. Para crear un código deontológico necesitamos crear un marco de pensamiento que funcione exactamente igual que la lógica de Kripke: enfatizar relationes y aspectos que conforman los posibles mundos que se van a vivir.

Existe una conexión entre las palabras y los actos.
Los cuentos, por tanto, podrían provocar el mismo efecto que cierto dialectal que tengo por proyecto definir (toki iké), que es generar un conjunto de marcos sobre los cuales el modelo lógico de nuestra realidad consciente trabajará.

Visto así, una mala selección del marco provocará que al niño le cueste aprender a aprender según qué conceptos.
¿La maldad? No: la desmesurada ambición de poder.

¿La maldad? No: la envidia de ser sustituída por una más joven. 

¿La maldad? No: El querer hacer pagar el haber sido desplazada.

¿La maldad? No: El síndrome de electra.
A medida que vemos cómo los cuentos separan conceptos complicados para hacérselos entender a los niños, entendemos que la mejor manera de contar historias es localizando el estererotipo. Un gravísimo error sería creer que el malo tiene que ser supermalo..., suerte que los que nos cuentan historias modernas se preocupan un poco de lo que es la pedagogía: los malos tienen que tener niveles, porque así atraen más.

El gato con botas moderno: o cómo explicarle a un niño la teoría de la conspiración.
Por eso, lo que jamás admitiría de un amante de las teorías de las conspiraciones es que posiblemente defendiera la idea de crear cuentos con moralina, algo que no convence a absolutamente a nadie. Los niños de 4 años son pequeños, no imbéciles. Las moralejas son importantes, pero cuando son de tercera, en vez de enganchar dejan a quien lo cuenta sin autoridad, y no hay nada más peligroso que un niño de 8 años desengañado por los cuentos de sus padres.

Recuerdo cuando era pequeño que siempre me molestaba que el estereotipo del héroe estuviera manchado. A medida que fui creciendo fui buscando otro tipo de obras; pero no me gustaba el supermán atormentado, el hombre araña cruel, que el inteligente siempre fuera malo..., para esas tiernas edades los personajes pueden rayar la perfección y, aún así, mostrar niveles de complejidad que sólo los adultos apreciarán. Ése es el objeto de las películas de cine de animación.

Cuando un niño empieza a tener condescendencia con sus padres, automáticamente buscará otro tipo de ídolos que le satisfaga mucho más. 





Bueno, ya desarrollaré estas cosas en otro momento...













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