lunes, 4 de julio de 2016

Test 2. Intentando crear un ambiente terrorífico.

Luis tenía 10 años. Le habían dicho que tenía que llevar un objeto para duplicarlo. Fácilmente llegó hasta el centro comercial, y se dispuso a buscar el establecimiento. Un viejo le atendió, pero cuando fue a entregarle la llave éste le dijo: "Esta llave no es para duplicar, sino para intercambiar". Luis se quedó un tanto atónito, ¿qué quería decir con esto?

Hacía dos meses, en el orfanato, Luis había tenido problemas con el director del centro. Según le había dicho ésta iba a ser la última, y que después de cometer un error así no volvería a confiar en él. No confiar en él supondría abandonar el centro y acabar en otro cuyo régimen penitenciario era mucho más duro, teniendo que vivir dentro de esa sociedad comunista estigmatizado de por vida pensando que jamás podría aspirar a llegar a nada de mayor.

Era triste, pero Luis tenía que recular ante el director; le pidió que confiara en él. Esa paliza que le dio al imbécil de Jorge estaba más que justificado, pero podría cambiar.

- Bien, si en dos meses no te peleas con Jorge te encomendaré una misión.

Y fue el caso de que efectivamente pasaron los dos meses y, a pesar de que Jorge estuvo volviéndose especialmente borde y dificultando la labor del director, al final, en los últimos días desapareció y eso le posibilitó a Luis respirar tranquilo.

Cuando el director del centro le pidió a Miguel, un psicólogo que tutorizaba la educación de los chavales, que auditara el buen juicio de Luis, el rostro del director cambió notoriamente ante los resultados del informe:

- ¿Que dice que está preguntando por Jorge? ¡Pero no lo quería dejar de ver!
- Entiéndame, la amistad y la rivalidad suelen tener un terreno en común: una identidad común. Lo que le pase a uno podría afectarle al otro.
- Pues ahora Jorge no está, y si sigue haciendo preguntas..., se me ocurre qué hacer al respecto.

Y entonces Luis con la llave en la mano tuvo ese momento de extrañeza ante el anciano.

- ¿Y para qué quiero yo esta llave? - preguntaba Luis.
- Eso mismo me dijo el otro chaval - respondió el anciano - pero cada llave lleva a un sitio distinto. Sólo tienes que ir al barrio donde encontrarás la puerta que abre la casa.
- ¿Es de una familia? - preguntó Luis ilusionado.
- No lo sé - dijo el anciano.

Luis rápidamente leyó el código impreso en la llave. Todas las ciudades comunistas habían perdido la identidad de los barrios, convirtiéndolos en números, sectores, a los que acceder. La numeración era bien sencilla, más allá de que nemotécnicamente le aplicaran nombres a esas direcciones: "23.14.3"

"Barrio 23, calle 14, puerta 3", pensó Luis, "no hay ni bloque ni residencial, sólo tres números, debe ser un bungalow". Luis estaba extrañado, ¿una familia influyente o con alguna clase de privilegio? ¿Acaso iba a vivir por su cuenta? ¡Imposible con 10 años! ¿Entonces? ¿Por qué le dio esa llave ese anciano?

Ahora poco a poco las cosas no iban encajando. Si el objeto era intercambiar las llaves, ¿por qué no se lo dijo el director? Si una familia se iba a encargar de él, ¿cómo es que no ha hablado de ello con el psicólogo? ¿Qué tipo de recado era éste?

Poco a poco el trasportador le llevó a un lugar abandonado, quizá pensado para cuando la ciudad crezca. Estaba lleno de arena, no se veía a nadie..., bueno, se veían personas mirándole con pasmosa atención. Era el único chico de la zona. Tenía que atravesar unas cuantas calles, y había unos cinco salidos acercándose, en el mejor de los casos, para robar al pobre muchacho. El trasbordador ya se había ido, y él no disponía de teléfono móvil debido a las ordenanzas. Miró a la izquierda, luego a la derecha..., sitio equivocado para él. En cuanto los ahí presentes se dieron cuenta, todos echaron a correr.

Luis corrió como pudo, se apresuró hacia unos edificios de techos bajos. Adivinó la manera de escalarlos y, desde lo alto oteó el ambiente. Ellos, de primeras, con todas sus buenas maneras, se pararían en seco para, lentamente, atinar en la manera de escalar ese sitio. Luis tenía que decidir hacia dónde escapar, probó escabulléndose donde menos gente había..., entre las calles y las casas..., al fin y al cabo tenía una llave de una de esas casas. En el fondo volver corriendo hasta encontrar gente decente no le daría respuestas, le devolvería al orfanato donde posiblemente el director le prepararía otra jugada como ésta.

Un barrio desértico es el escondite perfecto para quien quiere escapar de cinco salidos que no saben ni por dónde buscar. Así que buscó la calle 14 y, de ahí, dio con la puerta sin ser visto.

Efectivamente se trataba de un bungalow, así que se asomó por las ventanas - pero estaban tapiadas y cerradas a cal y canto. No daba buena impresión: no era un lugar habitable. Escuchó ruidos a ambos lados de la casa..., le iban a acorralar. Bueno, Luis, tú decides: ahora o nunca. Decidió probar a entrar.

El interior de la casa era todo penumbras, no se distinguía nada desde la zona del recibidor. Se había preocupado de cerrar la puerta con llave para asegurarse de que no entraban de ninguna manera. Escuchó desde la puerta, estaban en la calle, al otro lado; se preguntaban dónde había ido. Parece que lo había conseguido.

Mientras Luis escuchaba con atención la conversación de fuera no fue capaz de percatarse de que una figura se le acercaba desde el interior de la casa. Era un ente que portaba una porra gigantesca, que alzaba cerca de la cabeza del niño mientras éste ignoraba su presencia. Entonces el niño se giró y se encaró cara a cara con la figura completamente congelada con la porra en alto. Luis sólo vio sombras y oscuridad. No percibió nada, las rendijas de la puerta sólo lo delataban a él, pero más allá a penas se distinguían muebles y formas que formaban parte del fondo.

Había un hedor que rayaba lo insoportable y unas rendijas de luz más allá del recibidor. Luis avanzó en esa dirección; su huesped se lo permitió. Pero por cada paso que daba Luis el eco susurrado de sus huellas eran pisadas por ese ente a apenas un metro detrás de él.

Luis avanzó hasta un pasillo donde distinguía dos habitaciones. De una emanaba más luz natural que de la otra. Ahora tenía que decidir: la de la izquierda o la de la derecha. Porque a la cocina no se atrevía a ir ya que de ahí se desprendía un olor mucho más pestilente que en la entrada.

Algo le decía a Luis que ahí no debía estar, que tampoco debería abrir ninguna puerta, pero estaba ahí y, además, él era un niño y tenía todo el derecho del mundo a no ser protagonista de historias horribles que le hicieran perder la infancia. La figura siniestra se preparó para cogerle antes de que abriera una sola de las puertas, pero desintió justo cuando Luis se giró hacia sí mismo. Entonces abrió la puerta y observó una cama con unas argollas, látigos, fustas, mordazas..., y ni una sola ventana.

- Bienvenido a la red - dijo la enorme mole desde atrás mientras lo amordazaba para que no gritara.

Luis se zarandeó como pudo - imposible. Pudo ver en un primer plano una cámara, lista para subir imágenes a los mejores postores. Habían ropas por todo el suelo, no era el primero. Entonces la figura enorme lo giró en redondo a un lugar donde ambos estarían a la luz.

- Mira chaval, soy agente de la policía, tu psicólogo Miguel descubrió una trama y yo estaba aquí para pillar a los responsables intentando llevarte hasta aquí usando tu propia llave. Veo que has sido más listo que ellos, pero tal vez tenga algo que pedirte...


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