viernes, 3 de junio de 2016

Los que se hacen llamar realistas

El peligro de la realidad que vivimos
se sostiene por equilibrios ecológicos
estos equilibrios pueden romperse, como las relaciones sociales
y entonces aquello que hasta ahora siempre había sido normal
ahora dejaría de serlo.


La realidad es susceptible de ser reconfigurada si disponemos de la voluntad necesaria para construir la máquina que nos ayude a hacerlo. Se trata de un principio rector muy sencillo: si sabes dónde están los muros, entonces sólo tienes que vadearlos. Sin embargo, construida la máquina, siempre habrá otra forma de leerla, una manera autodenominada realista: que el hombre no puede volar, que lo hacen los aviones..., que el hombre no puede hacer túneles en pocos días, que lo hacen las taladradoras..., que el hombre no puede hacer millones de cálculos en un segundo, que lo hacen las máquinas...

Es curioso cómo los autores pierden la autoría con tanta facilidad. Como aquel que dice que ciertos asesinos no matan, sino que lo hicieron sus armas. El argumento contrario también puede ser usado por algunos falsos profetas, defensores de lo futil, ¡cómo les gusta esos juguetitos! Necesitan poder sentirse defendidos por sí mismos..., con un arma de fuego. Así como hacer prácticas de puntería, para recrearse con la idea. Esta gente reincide en lo importante que son las personas..., y lo divertido que es apuntarles con un arma. Muy divertido...


Cuando disponemos del armamento necesario como para manejarnos con plena libertad, más nos vale usarlo como herramienta para poder construir un mundo mejor; sin embargo, ¿es posible la construcción de algo mejor sin que afecte a la realidad que vivimos?

Hace años vi una película que me inspiró bastante. No recuerdo el título. Era de un niño que se obsesionó con la idea de que podría abrir cualquier caja fuerte; entonces el objetivo era superar cualquier barrera, y el objetivo era la barrera, por supuesto, no el contenido de la caja ¿Puede nadie estar seguro de cuál es el rostro de la obsesión? ¿Qué podría significar convertirse en otra persona? ¿En qué podría convertirse quien tiene por objeto hacer una mejora?


Cuando una persona tiene por criterio automatizar su propia ética lo que está llevando a cabo es un proceso abandono de la consciencia de este plano a otro diferente. A esta actuación los filósofos lo han llamado de muchas maneras: a la técnica en sí la llamaban meditación (hacer sin pensar), aunque más modernamente se le ha estado llamando egoísmo puro.

He querido retomar esta disciplina buscándola por Internet, pero no he tenido demasiada suerte. Es como si se hubiera prohibido, como si la hubieran relegado al olvido. 

La ética divina malentendida fomenta la soledad
Aquello que llaman egoísmo puro, y que es un concepto independiente del altruismo o del egoísmo personales, consiste en reconocer los preceptos morales que han sido aceptados y aplicarlos sin pensar; para darles la máxima coherencia. Lo que Gódel llamaría una omega-unificación: lo que combinado con el resto de los axiomas matemáticos nos empuja a una paradoja si, además, pretendes abordar todos esos conocimientos.

No pretendas actuar de la manera correcta y, al mismo tiempo, que puedas explicar porque haces lo que haces. Para alcanzar este nivel de conocimiento, tan prohibido por todas las religiones sin excepción (salvo el budismo o incluso esa secta de los jedy, si lo consideramos religiones), antes se debe alcanzar lo que yo siempre he llamado el estado de la consagración.

Antes de ser hacker hay que ser activista. Si no, te haces un cracker.
La consagración es la consciencia del individuo dentro del mundo social donde vive. Esto es, lo primero que ha tenido que hacer es descubrir su vocación; su llamada a saber qué espera la sociedad de él o ella en este mundo. Tras desarrollar su vocación, debe reconocer la huella que deja y determinar cómo será la huella que va a dejar: su consagración consiste en defender dicha huella.

Para entender todo este proceso podemos hacer un símil con la música. Primero decides qué instrumento es el que te llama. Luego aprendes música tocándolo, siguiendo los patrones marcados por la partitura, dándole más importancia a las notas que a su conjunto. Después aprendes a componer, comprendiendo la esencia del conjunto para darle una filosofía ya sea moderada, alegre, solemne... Cuando se ha alcanzado el entendimiento de la esencia y el respeto de la música, entonces es cuando una persona puede determinar qué mensaje va a transmitir sus composiciones. Qué imagen va a quedarse en la mente de las personas cuando escuchen su música. Y es entonces cuando empieza el verdadero proceso: el de la consagración.


El proceso de consagración consiste en la depuración del mensaje a transmitir, de tal manera que cada vez que el actor actúe lo haga automáticamente coherente con esa manera de hacer. Es decir, lo que para muchos es estar, éste lo ha convertido en su forma de ser. Es por ello que los grandes rockeros necesitan, junto con su proceso creativo, una manera de vivir acorde con su música: es a lo que se le denomína el buen rollo.

No es ninguna coña: la clave del éxito de los buenos rockeros es el buen rollo, de ahí que constituyan una ética que trasciende a las religiones y su moralidad. Esta alquimia moralista es lo que en la novela Luces y Espectros asocio con los alquimistas en el videojuego. Sin ir más lejos, la idea de los alquimistas es un concepto de difícil desarrollo que, tal vez, explique mejor desde otro punto de vista.

En cualquier caso, como esta entrada me ha salido muy larga, ya iré retomando el tema para otro día. Sólo quisiera comentar que, efectivamente, los autodenominados realistas son incapaces de darse cuenta de que su consagración la han llevado a cabo antes que su compromiso ético y, por tanto, tienen una visión borrosa de lo que pueden esperar de la realidad. 








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