sábado, 31 de diciembre de 2016

Los grandes prosodas

Con la llegada del año nuevo
hablaré del pensamiento marginal
que proviene del talento natural
de quien sabe enfatizar al hablar

No estoy del todo de acuerdo con lo que pone aquí por su simpleza

No es difícil encontrar páginas que suelen aconsejarnos cómo ser un buen orador. Cuando yo estuve en el paro, no me faltaron esos cursos que insistían en esa cualidad, así como esas clases de instituto donde se insistía en estos conceptos. Cuando la gente me ve en un convite me ve callado, y piensan: es tímido, no tiene temas de conversación..., nada de eso es así. Aquí voy a empezar a hablar sobre algo que no es muy habitual.

Imaginen que llegan ante una tribuna, y entonces los sudores os traspasan por todo el cuerpo. Sois grandes profesionales que sabéis perfectamente lo que es correcto y lo que no, lo que hay que decir y lo que no; pero al llegar allí nada os sale. Eso tiene fácil solución, hay cuatro trucos que aconsejo dependiendo del caso, pero ese no es el tema que voy a tratar. El tema que voy a tratar es cuando tenemos a alguien que no tiene ese tipo de problemas: cuando una persona ni es tímida, ni es cierto que no esté preparada y, sin embargo, a la hora de hablar, sin ser un demente, no es capaz de llegar al que tiene delante.

Cuando no se trata de un problema ni de contenido (saber del tema) ni de la psicología (afrontar las formas), bien podría alguno pensar que nos adentramos en terrenos patológicos..., como no soy psicólogo, sino un mero entendido, me dedicaré a explicar un poco de qué estoy hablando.


¿Qué es la prosodia?

Para resolver los problemas triviales que he mencionado antes, todo se resuelve encontrando al experto oportuno, ya sea un coach o un maestro. Sin embargo en ocasiones descubrimos gente cuyo talento es supino a la hora de leer documentos. Esto es, tienen una prosodia bastante desarrollada. Estas personas, a la hora de interpretar papeles, o dirigirse al público ofrece perspectivas llena de luces y espectros, no son diáfanos del todo.

Esto mismo os ha tenido que pasar al intentar descifrar muchos aspectos de este blog. La novela Luces y Espectros está redactada con una gramática mucho más simplificada que la que se expone en este blog (la que habitúo a usar en mi habla cotidiana). Sin embargo, el que me revisó la obra (el ilustrador Solux) tuvo la oportunidad de encontrarme ciertas joyas difíciles de entender gramaticalmente. Se trataba de joyas prosódicas: frases que deben ser correctamente leídas para poderlas comprender.

Ser muy bueno en prosodia ofrece al sujeto unas posibles percepciones musicales excelentes, así como ciertas ventajas a la hora de hablar nuevos idiomas..., pero esa capacidad para expresar afirmaciones complejas es algo que está mal visto en absolutamente todas las culturas.

Ya sea en las lenguas occidentales (inglés, castellano, etc), así como en las orientales (chino, japones, etc), de una manera o de otra, no se considera de buen gusto complicar el uso de las frases. Es de una delicada belleza el encontrar la manera de expresar lo simple de la forma más sencilla.

Asímismo, más allá del afán al circunloquio de las formas, vemos que ocurre algo parecido en las ciencias: donde el uso riguroso de las frases para que su composición conlleve a que sólo una cosa se deba entender de ellas y ésta, a su misma vez, sea constituida de manera extensa, acabará estando también mal visto. Incluso es motivo de repulsa extrema, independientemente de en qué parte del artículo se ubique la frase (resumen, introducción, desarrollo, comentarios, agradecimientos, referencias o conclusiones).

La clave para entender lo que estoy intentando transmitir es que cuando una persona es capaz de leer mejor que las demás, también es capaz de construir frases que muy pocos son capaces de comprender, hasta que éstas sean leídas por el autor de las mismas. Lo cual nos recuerda lo importante que es la musicalidad en las palabras.

Los egrégores
En la novela Luces y Espectros, se puede encontrar a un personaje que habla, en ocasiones, de manera muy siniestra. Su forma de expresarse suena rara, y las cosas que dice tampoco le ayudan. Esto son señales que nos ayudan a comprender sobre la existencia de un grupo de personas que son capaces de leer más allá de los arcanos mayores marcados por nuestra civilización. Esas personas son capaces de controlar los juegos y la musicalidad, los ritmos, los momentos..., poseen un siniestro poder que es capaz de ejercer un cierto control sobre las masas.

Los rockeros lo llaman buen rollo, los satanistas tienen que saber cómo funciona estos temas si no quieren convertir sus clubs en sectas autodestructivas. Históricamente, a los rasgos musicales que trascienden a las palabras, bien se les ha llamado egrégores. Y son el primer objetivo a construir dentro de la Inteligencia Artificial para darle sensación de vida a una máquina.

Los egrégores, más allá de cómo cada cual quiera definirlos, es una vuelta de tuerca mucho más compleja que los 22 pares de arcontes que he pretendido mencionar (y para los cuales ya he ultimado un álgebra que tarde o temprano revelaré). Se tratarían de funcionalidades, de adaptaciones asociados a la consciencia del momento, a la vigilancia que supone la realidad de una historia en concreto.

Cuando por arconte podíamos hablar de conceptos que trascienden a lo cotidiano hasta el punto de convertirse en un referente propio (como el amor, la maldad, etc), también encontraremos, como resultado de la realidad social en la que vivimos, egrégores como situaciones procedurales, o, por así decirlo, unos conceptos inherentes o implícitos que vienen de serie junto con nuestros procesos mentales y que trascienden a una funcionalidad de mente colectiva. 

Insisto, independientemente de que haya gente que defienda que tales egrégores viven, esa no será mi tesis (como ocurría con los arcontes), aunque, como pasa con todo, ¿quién es quién para decir qué vive y qué no? En cualquier caso, mi intención es señalar la realidad de la existencia de una prosodia en el comportamiento colectivo. 

Si bien existe una segmentación a la hora de determinar las pautas racionales de un sistema de información que se puede ver reflejado en la literatura y a los que he llamado arcontes, pues también, por la manera de leer las palabras, existe una funcionalidad que se traduce en unos pseudo-seres más pequeñitos, como efímeros. A ojos de muchos, insignificantes. Pero voraces..., muyyyy voraces. Porque, en definitiva, hablamos de memes, y las personas que nos consideramos civilizadas (o las que tenemos buen rollo) alimentamos esos memes, perdemos energía por repetir esos memes: se alimentan de nosotros. Por así decirlo...


Así que ya sabes. Si hablando con la gente, descubres que hay uno que no suele abrir mucho la boca. Que a penas entra en contacto. Y descubres que ni es tímido, ni tampoco es un superficial..., ¿entonces? Todavía podría ser por muchas cosas..., pero no descartemos la posibilidad de que tenga una siniestra capacidad para leer mejor que la mayoría.






Un saludo
y próspero año nuevo










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